"Mi ignorancia de novel y mi vanidosa postura me usaron para construir un pasado y dar un carácter a alguien del cual pretendí, error, escribir también su futuro. Y terminé confundiéndole con mis recuerdos nacidos de lo real y convencerme de que le conocí en algún momento y lugar. Fue un tierno, en ocasiones brusco, y doliente duelo. Me derrotó. Porque nadie escapa a las consecuencias necesarias de su pasado."
Fechas en las que tragué hastío y aburrimiento, las que pasé en casa de Berta Flande, hermana de mi abuelo paterno, y que por desvaríos del destino tuve que acampar en sus alcobas. Mujer ésta de figura que llevaba a equívocos, pues parecía que se mantenía erguida por un último soplo de vida, centenaria en el porte que no en los años ya que rondaría los setenta, tenía apariencia depauperada y huesuda, con un rostro cenceño de ojos saltones e insidiosos a modo de dedos que apuntaban con fastidioso descaro. Con ver como movía el esqueleto de parte en parte y latigueaba la lengua en las desiertas encías del regusto que le daba al hablar, cualquiera que tuviese algo peor que hacer de lo empalagosa y majadera que resultaba, huiría.
Así, después de cada cena, contaba, no sin antes guarecer mi jeta para que no me alcanzasen balines de comida que sin rumbo saltaban de su bocera, cómo feneció su marido, que fríos inviernos han caído ya, de unas extrañas fiebres que le vaciaron las entrañas, muriendo más seco que una mala intención. Y como a Berta Flande le placía decir... la palmó de oquedad, y en otras noches decía... jamás vi enjugar el nalgatorio de tal modo. Y a todo esto se reía, y yo pensaba... ¿y si ella le mató?
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Introducción de "Sabub en el hombre" de Jose A. Jiménez Soler
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